La boda de Fernando y Alejandro en Pachuca, Hidalgo
Elegantes Invierno Dorado 6 profesionales
F&A
12 Mar, 2022La crónica de nuestra boda
El milagro aquel
Salón Finestra, sábado 12 marzo de 2022, 8:34 p. m.
“… han solicitado unirse Alejandro y Luis Fernando. Quiero felicitarlos ante todo por haberse decidido a dar este paso trascendental en sus vidas, como lo es contraer matrimonio civil…”.
Escucho la voz pausada y amable del juez, difuminada en medio del resplandor de mil seiscientas lucecitas doradas y una infinidad de hojas verdes y doradas, y flores blancas que me hacen sentir que estamos en un bosque estrellado a pesar de la noche nublada, como suspendidos en una dimensión lejos del resto de la gente, brillante, cálida.
Dicen todos que hace muchísimo frío, pero yo -no es que no les crea- simplemente no atino a sentirlo; la causa de la temblorina de mis manos, de mis piernas y de mi pecho no tiene nada que ver con el clima, y sólo los dedos de Fernando entrelazados con los míos pueden calmarla, pero sólo parcialmente, pues -cosa curiosa- es él mismo el que también la provoca. Nunca antes me había sentido tan consciente de mi realidad y al mismo tiempo tan sumergido en un sueño. Y es que estoy en un sueño vuelto realidad.
Seguir leyendo »Seis horas antes no estaba tan tranquilo.
Colinas de Plata-Salón Finestra-Estética Interbell, sábado 12 de marzo de 2022, 2:38 p. m.
“¡No manches, no manches, no manches, no manches, no manches, no manches! -grito sin respirar mientras llevo un bonche de ropa interior de la recámara al estudio y de regreso sin dejarlo en ningún lugar y me paro en seco, como si eso fuera a detener el tiempo o a acelerar nuestro ritmo-, ¡el itinerario dice que ya tendríamos que estar por salir al hotel y apenas vamos terminando las maletas que debíamos tener listas a las once y media, y ni siquiera me has cortado la barba, vamos a tener que ir primero al salón y luego con Ferlaa, a ver si no se nos hace tarde para el getting ready, si no, en balde que hayamos…!”.
Cuando Fer -no mi novio, sino nuestra coordinadora- nos habla a las 3:30 -hora en que ya debíamos estar en el salón- para decirnos que éste sigue ocupado por las mesas y la gente del desayuno que la administración del lugar reservó menos de un mes antes -violando así nuestro contrato-, estoy determinado a explotar a gritos, miradas y manotazos por primera vez en una semana en que me había esforzado mucho por mantener la calma ante la incompetencia.
Afortunadamente, cuando llegamos con quince minutos de retraso ya había logrado sacarlos a todos, y nuestros sillones, mesas, cables y letras empezaban a tomar forma en el jardín. Así que podemos irnos más o menos tranquilos a que nos corten el pelo y nos peinen. Las manos mágicas de Ferlaa logran maravillas que nunca creí posibles en mi cabello delgado, escurrido, ni lacio ni chino, resignado a verse o desordenado o acartonado debido al medio bote de spray que necesita para mantenerse en su lugar. Hoy se levanta y ondea y vuela y regresa a su lugar, así como en esas películas en las que el protagonista corre, se voltea de cabeza, sale volando en una explosión y su peinado sigue perfecto.
“¿Pero si podrás ir en la noche al salón a peinarme otra vez después del baile?” -le pregunto preocupado, acostumbrado a tener que tomarme fotos rápidamente recién salido de una estética, pues mi pelo (más por huevón que por rebelde) no acepta permanecer moldeado más allá de un par de horas. “Sí, llámame y voy, pero no va a ser necesario, te estoy dejando bien peinado”. “Sí, yo sé, ¿pero no…?”. “No, no se te va a ver pesado” -me contesta confiada y un poco desesperada de mi insistencia y mi incredulidad. Y así es. Ni los vientos fríos y áridos de Pachuca -que parecen a propósito haberse desatado hoy más fuerte de lo normal- conseguirán deshacer el hechizo.
Holiday Inn Express Pachuca, habitación 406-Exhacienda de La Concepción, sábado 12 de marzo de 2022, 5:42 p. m.
El aire acondicionado no está enfriando nada, hasta parece que calienta más; dice la señorita de la recepción que es porque la ventana está abierta, ¡a mí que me importa que la ventana diminuta de cincuenta por treinta centímetros que no sirve para nada esté abierta, yo ni siquiera lo sabía!, lo único que me importa en este instante es que estoy empezando a sudar y me voy a ver brilloso y el pelo se me va a esponjar y luego a desplomar.
Ana y Jesús toman y toman y toman y toman fotos de nuestros smokings, de nuestros zapatos y hasta de nuestros calcetines, en la cama, en el sillón, en el escritorio. Estoy absolutamente seguro de que saldrán increíblemente hermosas -como todo lo que hacen-, pero también me impacienta no poder empezar a vestirme cuando a las 6:00 tendríamos que estar en otro lugar a diez minutos de ahí.
Nunca me había puesto una camisa con tanto cuidado como hoy. Fernando intenta en vano ajustarme la corbata de moño hasta que me doy cuenta de que la estoy haciendo más corta en vez de más larga. Los clics de la cámara -que normalmente me encantan- ahora me desconciertan. Que estén llamando a la habitación para que ya movamos el coche de la entrada del hotel -lo cual no haremos, pero les decimos que sí- lo empeora todo.
Cuando Fernando termina de ponerse el saco y finalmente lo veo listo -primero a través del espejo y un segundo después directamente- como el señor que va a casarse conmigo dentro de tres horas, quiero lanzarme a abrazarlo y besarlo, pero está posando porque si no lo hace justo ahora la luz del sol que se refleja perfectamente en su rostro se habrá perdido para siempre.
Las fotos en el portón enorme de madera, el tejado y el maguey van devolviéndome la calma. Se me vuelve a escapar los treinta segundos entre que Fer, nuestra coordinadora, nos avisa que el del sonido lleva más de media hora de retraso y que nos anuncia que ya está ahí, mientras que yo ya estaba pensando si nos daría tiempo de ir a comprar una bocina al Aurrerá que está ahí cerca o sería mejor pedírselo de favor a alguien más. Le agradezco y le aviso que en menos de cinco minutos estaremos ahí.
Entramos al estacionamiento y alcanzamos a ver el fulgor de nuestras luces al otro lado de la cerca de árboles del jardín. La respiración se me detiene de golpe y después se acelera para ponerse al corriente.
Salón Finestra, sábado 12 de marzo de 2022, 7:36 p. m.
Por fin, tras siete meses de imaginarlo, de soñarlo, tengo frente a mí el escenario que tantas noches me tuvo sin dormir, pensando si las luces iban a ser suficientes o estaríamos en penumbra, si todo y todos íbamos a caber en el jardín o chocaríamos unos con otros para caminar, si la pérgola sería lo suficientemente alta para hacer nuestro baile o tendríamos que cambiarlo, si las flores lucirían o harían falta más, si la instalación eléctrica alcanzaría para todo o resultaría que algo no se pudo conectar, si lograríamos el estilo elegante-moderno que deseábamos o parecería uno de esos merenderos comunitarios que estuvieron en boga hace unos años.
Y todo es perfecto. La pérgola de madera con telas beige, iluminada en el techo y tres de sus cuatro lados; el aro de follaje fresco verde y dorado, pampas doradas y lisianthus blancas; la mesa del juez con su mantel de ondas doradas y beige con un arreglo floral a juego con el aro, y las once sillas para nuestros nueve invitados y nosotros; la sala de sillones blancos enmarcada por las letras gigantes A & F con focos cálidos. Nada falta, nada sobra.
Veo gente pasar junto a mí, creo que algunas personas me hablan, me doy cuenta de que Fer, nuestra coordinadora, intenta explicarme que todos los pagos quedaron hechos, quiere enseñarme los recibos firmados por el dinero que le dejamos, pero su voz me rodea y se va sin encontrar asidero en mi cabeza, creo que es la tercera vez que la dejo hablando sola no sé sobre qué, sólo puedo decirle ‘gracias, muchas gracias’; mi intuición me dice que puedo confiar en ella.
Cuando Édgar entra con nuestro pastel, me rindo, ya no me aguanto y me pongo a llorar aunque los ojos se me pongan rojos y digo de nuevo lo único que he dicho y repetido en los últimos diez minutos: ¡gracias, está hermoso! Ni siquiera me preocupo por ver que lo refrigeren, sé que está en buenas manos.
A las 7:51 -después de afinar los últimos detalles, como poner los marcasitios en las sillas de la ceremonia y la pluma comprada especialmente para la ocasión en la mesa del juez- mandamos el mensaje a nuestras familias: “Ya pueden entrar”.
8:00 p. m. - Oh, boy, you stand by me, I’m forever yours… faithfully
Mi má nos abraza y vuelve a abrazarnos, llora, sonríe, me da la mano, un beso y luego otro y otro más. Le dice a Fernando que nunca lo había visto sonreír como lo hace ahora y nos pide que conservemos esa felicidad siempre.
Itzel, mi brotha (mi hermanota menor, femenino de brothi, claro, como ella me ha dicho desde chiquitos) no puede hablar mucho -igual que yo-, aguanta las ganas de llorar para que no se le corra el rímel. ‘Felicidades’, ‘te quiero mucho’, ‘qué guapos se ven’, ‘todo quedó precioso’, dice entrecortada y embelesada junto conmigo.
Mi má y mi suegra no se conocían hasta hoy. Pero Fernando y yo no podemos ser testigos del momento. Apenas las presentamos y tenemos que correr al estacionamiento para recibir al juez y revisar con él los documentos y el programa de la ceremonia, así que confiamos en que nuestras hermanas -las más sociables de cada familia- se encarguen de continuar con los protocolos al respecto en la sala blanca.
La música -seleccionada por nosotros canción por canción y minuto por minuto- es nuestra principal guía para medir los tiempos. Journey, Susana Zabaleta, The Beatles, Madonna, Ana Belén y Víctor Manuel, y Armando Manzanero (que canta “Ni Antes ni Después”) no sólo llenan el ambiente de amor y no sólo narran algunos de los fragmentos más especiales de nuestra historia como pareja, sino que también nos indican el momento de pedirle a los invitados que pasen a la pérgola, el espacio destinado a la ceremonia civil.
Van todos menos nuestras mamás (aunque yo ya le había dicho a la mía que fuera para allá y luego tuve que ir por ella para que regresara). Después de nosotros mismos, ellas son nuestra pareja más importante de la noche.
8:30 p. m. – Y habrá un lugar para crecer y descubrir y conocer.
Un detalle le falta a mi look perfecto esta noche, sólo uno, pero el principal. Si le pido a mi má que me lo ponga, voy a ponerme a llorar otra vez, así que sólo puedo extender hacia ella mi mano con el lisianthus blanco para que lo coloque en la solapa de mi saco. Ahora sí, con mi boutonniere puesto, ya me siento oficialmente el novio (o sea, uno de los dos ‘el novio’). Mi suegra hace lo propio con su hijo al otro lado de la pérgola. Frente a la mesa del juez, mi má y yo nos damos un abrazo fuerte y largo; lo que me dice con sus manos y sus ojos lo entiendo aún mejor que lo que me dice con su voz.
Y lo que viene… ay, lo que viene… ¿para qué sirve un cronista que se queda sin palabras en el momento cumbre de su relato? Para poco, creo, si no es que para nada. No los culpo si ahora quieren abandonarme con mi historia a medias, pero me gustaría que pudieran perdonar mi torpeza. O que al menos me permitan aclarar que aquí lo fallido es sólo mi narración, y no el momento que en vano intento platicar.
Es que lo que siento al ver a Fernando caminar hacia mí del brazo de su mamá excede por mucho -pero mucho- lo que con cualquier verbo que yo conozco puedo expresar. Si les digo que, cuando por fin nos abrazamos, el mundo entero se desvanece, que nos siento flotar en el espacio, que el tiempo deja de avanzar en nuestro universo… no sólo voy a caer en clichés fáciles y baratos, y no sólo voy a repetirme a mí mismo, sino que además voy a quedarme corto con todo eso que está pasando ahora entre mi cabeza desbordada y mi corazón acelerado.
Si es que acaso me comprenden (cómo me molesta que la gente diga ‘gracias por su comprensión’ cuando ni siquiera sabe si la han comprendido), les agradezco que me consientan guardarme esta emoción así, en su estado puro, sólo para mí.
Después de que el juez nos da la bienvenida, mi má y el papá de Fernando leen a Octavio Paz y a Zygmunt Bauman, con Thomas Newman de fondo; hablan de miradas y de besos, de alas y de lucha, de humildad y de coraje, pero también hablan por ellos mismos cuando hablan de inteligencia, de perdón y de pertenencia.
Mientras el juez habla de la villanía de abusar de la fuerza y de la suprema magistratura de ser padres, Fernando recuerda que dejó sus votos en el coche y corre por ellos. Claro que hubo quien no se aguantó las ganas de decir que ya se había arrepentido y que no iba a regresar.
8:47 p. m. – Mi camino, mi carreta, mi equipaje.
Y así nada más, como de repente, casi tan natural que pareciera que nadie hubiera estado esperándolo por… ¿siete meses?, ¿diez años?, ¿doce?, ¿treinta y cinco?, llega… no… no llega… llegamos nosotros al gran momento de la noche, de la relación, de la vida. Este instante contiene toda nuestra historia pasada y por venir de manera tan armónica que puedo pensar en nosotros hace doce años y dentro de cuarenta, pero no tengo presente justo ahora, por ejemplo, todo lo que corrimos este mismo día para estar aquí, como si sólo hubiéramos aparecido arreglados y tranquilos.
Tras haber verificado la presencia, la identidad y el testimonio de nuestros testigos, el juez nos hace la pregunta; sí, esa pregunta: “señor Alejandro, ¿es su voluntad libre y espontánea unirse en matrimonio civil con el señor Luis Fernando?”. Pienso si debería aclarar que espontánea, lo que se dice espontánea, pues no, no lo es; es una de las cúspides de la cordillera que Fernando y yo hemos decidido recorrer juntos a lo largo de una docena de años; no despertamos un día y dijimos ‘hay que hacer algo espontáneo, vamos a casarnos’.
Decido que al juez en realidad no le importan esos detalles, se trata de tecnicismos jurídicos que no entienden de rituales. Para él, basta con saber que es mi voluntad y que es libre; para mí, además de eso, que es una decisión reflexionada -individualmente y en pareja-, basada en el amor, el respeto, la confianza, la honestidad, la fidelidad, la complicidad, la felicidad y la diversión. “Sí, lo es”, respondo. Y después es el turno de Fernando.
Cuando el juez lo indica, mi brotha y Luis, y Fer -no mi novio ni nuestra coordinadora, sino mi cuñada- y Édgar, nos entregan los anillos que estuvieron resguardando el último mes y medio para que hoy regresen a las manos de sus dueños como sello de nuestras renovadas promesas.
“Prometo no dejar de saltar contigo, prometo no abrir los ojos cuando lo hagamos, prometo no soltarte la mano nunca, prometo no tener miedo, prometo que quiero ver si arrugado y canoso te ves tan bonito como te imaginé o todavía más, incluso prometo creer a veces que habrá un par de escobas voladoras para elevarnos cuando estemos saltando”, leo con una voz que no es la que por lo regular sale de mi garganta, sino una lenta -pero no con tedio-, temblorosa -pero no con miedo-, aguda -al menos en comparación con mi tono grave habitual-, tal vez porque cosas como éstas no sólo salen de la garganta, sino de los pulmones y del corazón y del estómago también.
Søren Kierkegaard, Stephen Schwartz, Jerry Herman, Fred Ebb y Gloria Trevi me ayudan a poner en orden las ideas que atraviesan mi cabeza como grandes cometas. Y no es poca cosa: en apenas poco más de un par de minutos y públicamente me asumí hombre de fe y traceur emocional, confesé que alguna vez vi el futuro y declaré que a partir de hoy no hay más ‘maybe’, nada más ‘this time’; no más ‘I long’, nada más ‘to be’.
“Te prometo todo lo bueno que hay en mi ser, la lealtad, la alegría, el respeto, el cariño, la creatividad y el amor, pero también el miedo y la vulnerabilidad que alberga mi corazón, porque -como sabes- no hay luz que no proyecte sombra, pero lo hago con seguridad, sabiendo que puedes tomarlos y alumbrar nuestro camino cuando se necesite, de la misma manera que prometo hacerlo contigo para construirnos el uno al otro con un amor y una voluntad que superen a la catástrofe”, lee Fernando, recuerda nuestras primeras citas, y mi cabeza, mi mirada y mi sonrisa enmudecidas no pueden evitar repetir por una fracción de segundo ese gesto que desde entonces delató mi rendición.
No sé cómo lo hace la demás gente, si es algo que a todo el mundo le sale intuitivamente, pero yo, cuando quiero distinguir la izquierda y la derecha, antes necesito ‘sentir’ mi mano izquierda -levantarla, mover los dedos, cerrar el puño- y ya luego puedo pensar en cada lado como una dimensión espacial real. Y cuando estoy a poco de terminar mi lectura, me doy cuenta de que no pensé con antelación cuál era la mano en la que debía ponerle el anillo a Fernando, y los nervios no iban a dejarme hacerlo en ese instante. Por lo que preferí que no se notara mi torpeza y sólo me arriesgué a atinarle, pero no lo conseguí.
Cuando levanto mi mano izquierda para que Fernando me coloque el anillo a mí, me doy cuenta de que, viéndonos de frente, se lo puse en la mano del mismo lado de la mano en la que él me lo pondrá a mí, o sea, mi izquierda, pero su derecha. Así que aprovecho para cambiárselo. Sólo la equivocación quedará inmortalizada en las fotografías.
Después del involuntariamente chusco momento, Fernando y yo, nuestros papás, mi brotha, Luis, Fer -mi cuñada- y Édgar pasamos uno por uno a firmar el acta matrimonial. Nosotros, además, estampamos nuestras huellas. Y ya casi. Tras una decena de visitas a registros civiles de cinco ciudades diferentes, la toma de un curso donde nos enseñaron cómo convivir cuando vivamos juntos (aunque se les hizo doce años tarde), nuestra certificación oficial como alcohólicos ocasionales por parte de la Cruz Roja y la entrega de solicitudes, actas, credenciales, constancias, comprobantes y fotografías, por fin, éste es el último paso antes del clímax del trámite, el protocolo y el ritual.
8:58 p. m. - No me sueltes la mano que el viaje es infinito
“… los declaro unidos en perfecto y legítimo matrimonio civil, con todos los derechos y obligaciones que de él se derivan”, dice al fin el juez, y antes de que anuncie “pueden besarse los novios” mis brazos ya están rodeando a Fernando y mis labios, pegados a los suyos; cuando cierro los ojos se desbordan las lágrimas que se habían acumulado en mis párpados. Termina mencionando: “Son una pareja que refleja amor y eso es lo más importante para contraer matrimonio. Les deseo toda la felicidad. Un aplauso”. Parece honesto, aunque seguramente se lo dice a todas las parejas que casa (quiero pensar que todas, al menos en ese momento, reflejan amor, ¿no?); lo importante para nosotros es que estamos ciertos de ello.
Una lluvia de chispas doradas explota e inunda de luz aún más el lugar. Pero siento que, en medio de todas ellas, somos Fernando y yo los que -sonriendo y presumiendo nuestros anillos a las cámaras- arrojamos más brillo desde dentro de nosotros. Que se fundan todos los focos en el jardín, que haga corto la instalación eléctrica del salón, que se vaya la luz en toda la ciudad, que se apague el sol… qué nos importa, ¡aquí estamos nosotros! Los abrazos, los besos, las miradas, las lágrimas de felicidad -que ya nadie resiste- y los buenos deseos nos encienden aún más.
9:18 p. m. – Kiss me too fiercely, hold me too tight, I need help believing you’re with me tonight.
Aprovechamos que el juez debe entregarnos nuestra acta y aclararnos algunos trámites posteriores para desaparecer por unos minutos del jardín, mientras Phillip Ingram, Natalia y La Forquetina, Donna Lewis, Carly Rae Jepsen y Daft Punk entretienen a los invitados.
Y cuando regresamos lo hacemos con las primeras notas de “As Long as you’re Mine”, de Wicked, nuestro musical favorito como pareja, la canción que elegimos para hacer nuestro primer baile de novios. El número es ese momento supe dramático en la obra, en toda historia, en el que la pareja protagonista llega a un punto en el que ya no hay vuelta atrás, es ese instante en el que las decisiones que se tomen -más que cualesquier otras antes o después- definirán un rumbo del que nadie regresará (al menos intacto); o te avientas o te vas corriendo, no hay punto medio.
Durante dos meses practicamos, nos equivocamos, nos divertimos, nos desesperamos, nos sorprendimos, nos agotamos, nos reavivamos. Y en este momento, acorde a la música y a la letra, nos observamos, nos besamos, damos vueltas, nos sostenemos y nos levantamos.
No es el momento más importante de la noche, pero sí es el de mayor complicidad e intimidad, a pesar de las miradas sobre nosotros. Bailando con alguien, o te entiendes -incluso en el error y la distracción y la falta de gracia- o te pierdes sin remedio. Dicen por ahí que el baile es la expresión vertical de un deseo horizontal. Puede ser cierto, pero yo creo que es aún más el ensayo momentáneo de una vida eterna. 1, 2, 3… 5, 6, 7… hasta que llegue el horizonte.
Y como las fiestas son para compartir, bailamos también con nuestras mamás y hermanas. Empezamos nosotros dos solos con los primeros pasos de “I Still Believe”, de Diana Ross -una canción sobre el amor en su mayor amplitud: de esposos, de amantes, de amigos, de hijos, de hermanos-, y unos segundos después vamos por ellas, primero mi má, luego mi brotha.
Se supone que es sorpresa, pero no del todo; Itzel se levanta gritando y sonriendo aún más de lo que ya lo hacía cuando me acerco a ella y confiesa que estaba esperándolo. Dice que me veo tenso, pero estoy divirtiéndome mucho; creemos que no nos va a salir el paso que queremos hacer, pero no nos importa y sí nos sale.
Con mi má he bailado muchas veces, pero siempre había sido ella la que guiaba, hoy me toca a mí, y no nos cuesta nada acomodarnos; es como un abrazo más de todos los que nos hemos dado a lo largo de la noche, pero ahora además estamos moviendo los pies.
9:26 p. m. – This will be an everlasting love, this will be the one I’ve waited for.
Copas de margarita, jarritos de baby tamarindo y caballitos de baby mango andan en las manos de todos, menos en las nuestras; con los nervios, apenas damos unos cuantos sorbos, pero me bastan para saborear una de las mejores margaritas que he probado, al ritmo de Wings, Los Amigos Invisibles, Playa Limbo, Fangoria, momo!, My Chemical Romance, Muse y Panic! at the disco.
Mientras algunos están en la sala (no recuerdo haberme sentado ahí ni una vez, aunque parece que sí lo hice aunque fuera por unos minutos) y otros prefieren resguardarse del frío adentro del salón, nosotros supervisamos que la mesa para la cena quede bien montada bajo la pérgola donde antes se celebró la boda, con su arreglo floral (más largo que Fernando) a juego con el aro. Colocamos los marcasitios y los menús con frases de algunas de las canciones que han sonado, y encendemos las velas (muy tarde nos damos cuenta con horror de que algunos cubiertos no estaban bien alineados, pero ya no hay nada que hacer).
Corremos a tomarnos fotos con las letras gigantes de fondo. Saltamos y saltamos y saltamos y volamos hasta que Huey Lewis and The News nos avisan que es el momento, la cena está lista para servirse, pedimos a los invitados que pasen a la mesa.
10:03 p. m. – Fábula ancestral, sueño hecho verdad, una historia ideal.
Los maestros Fabián y David nos sumergen todavía más en un cuento de amor con su violín y su piano. Sí, alguien pudo algún día amar a una bestia y llevarlo a bailar y a cenar en smoking. El blanco, el dorado, el verde y el café relucen por todos lados. El rojo del vino y la salsa de moras que acompaña al queso brie hojaldrado contrasta dramáticamente.
La crema de brócoli con pistache, el lomo en salsa de papa, tocino y pesto, y los ejotes a la mantequilla son sólo un detalle más que se suma al sabor que las once personas que estamos ahí le damos ya al momento. El brandy también ayuda. Carlitos y Mele nos brindan una atención digna de la comedia romántica que estamos viviendo (casi, casi se nos olvidan los problemas en los que nos metió la mala administración del lugar).
“Somos Novios”, “Bésame Mucho”, “Can’t Help Falling in Love”, “And I Love Her”, “Strangers in the Night”, “Por una Cabeza”, “Don’t Stop me Now” y muchas más procuran el ambiente romántico. Por fin podemos conversar más tranquilos, fuera de protocolos. Antes del postre, nos levantamos a platicar con los invitados al otro lado de la mesa.
Ahora es que puedo sentir el frío. ¡Sí hace mucho! Me cierro el saco, acerco una de las velas a mis manos, tomo café como por quinta vez en toda mi vida y me pego a Fernando. Sé que la panna cotta de chocolate blanco y crema de limón va a helarme otra vez -y también que me va a llenar de más (y falta el pastel)-, pero no puedo resistirme a su sabor dulce ácido que me encanta, así que como sólo un poco más de la mitad con el Canon de Pachelbel sonando en el fondo.
11:22 p. m. – Don't ever ask me why I never say goodbye to my love, it's understood.
“Gracias por la luz, por el refugio, por la belleza, por el ritmo, por el sabor, por la voz, por el testimonio, por el respaldo, por la presencia, por el ejemplo, por el cuidado”, expresamos a nuestras familias con las copas llenas de burbujas, el papel temblando en nuestras manos y “Maestro”, de Hans Zimmer, sonando en las bocinas.
Lo normal hubiera sido que alguno o algunos de ellos nos dirigieran a nosotros un discurso para brindar por nuestra felicidad, pero Fernando y yo decidimos que, debido a lo petite de nuestra boda, sería más bonito que fuéramos nosotros los que ofreciéramos el brindis por ellos, que nos dieron la seguridad, el cuidado, la estabilidad, la tranquilidad, la constancia y la valentía para comprometernos a compartirlas con alguien especial y para siempre.
Yo estoy tan nervioso que -nadie se da cuenta, ni yo, pero las fotos me delatarán después- voy un paso adelante de todos. Ya estoy tomando cuando los demás apenas están chocando las copas, y cuando ellos beben yo ya terminé.
Cuando todos acabamos muestra copa, les entregamos los cuchillitos con mango de hojita que nos parecieron ideales para recordar lo dulce de este momento. Qué mejor manera de hacerlo que untando cajeta o leche condensada a un pan o unos hot cakes para desayunar. Y vienen más abrazos y besos y palabras.
Pero por ahora, para que siga lo dulce, cambiamos ese cuchillito por otro grande y con filo, ya no para untar, sino para partir el pastel que acaban de traer y sacar de su precioso contendor. Un bizcocho de almendra con cremas de champaña y de maracuyá, cobertura de queso y una hermosa flor de chocolate blanco hecho especialmente para esta celebración. Las canciones más cursis que se nos ocurrieron azucaran más el momento.
Me pone especialmente contento la vela de chispitas doradas que ya me había resignado a no tener porque Fernando dijo que podía manchar el pastel, pero Édgar nos llevó una y dice que eso no pasa. Yo quería hacer todo el rito de partir y servir las rebanadas de cada invitado, al fin que somos pocos, pero apenas hundimos un poco el cuchillo, nos damos cuenta de que no va a ser tan fácil como creíamos y que intentarlo podría terminar en desastre, así que me conformo con partir la nuestra. Le doy a Fernando el primer bocado y luego yo como el segundo mientras Carlitos y Mele nos hacen favor de que todos reciban una rebanada decentemente cortada. Nos tardaremos casi semana y media en acabarnos el pastel completo y después de eso seguiré extrañando comer más.
Domingo 13 de marzo de 2022, 1:19 a. m. – Compañeros en el bien y el mal, ni los años nos podrán pesar.
Más de una vez a lo largo de los siete meses previos a hoy nos advirtieron que este día algo iba a fallar, que siempre sucede, que no nos preocupáramos y simplemente lo dejáramos pasar. Pero todo fue perfecto. Si pudiera proyectar mis fantasías y sueños en una pared tal como los veo en mi mente, todos veríamos lo que vivimos hoy.
También nos alertaron de que todo iba a pasar tan rápido que cuando nos diéramos cuenta ya habría acabado y sólo querríamos vivirlo otra vez. Pero hoy cada minuto duró lo que debía durar, disfrutamos justamente cada uno, no hay nada que revivir, pero mucho que rememorar, eso sí, todo, siempre.
Las promesas de amor eterno cantadas por El Recodo, Vicente Fernández y Lila Downs son el marco impecable para el cierre de la noche perfecta. Más abrazos, más besos, más felicitaciones, más ‘los queremos mucho’, más ofrecimientos y la despedida.
Ya solos Fernando y yo, desconectamos las luces de la pérgola y las letras gigantes. El jardín -como nosotros- se ve tranquilo después del éxtasis. No es un bajón, sino la templanza, la placidez y la profundidad de la infinitud.
Holiday Inn Express Pachuca, habitación 406, domingo 13 de marzo de 2022, 1:44 a. m.
Tengo que hacerlo. Ya sé que, más que cursi, es ridículo, pero tengo que hacerlo. Al abrir la puerta de la habitación, levanto a Fernando en mis debiluchos brazos el cortísimo trecho que puedo hacerlo y lo dejo en la alfombra con una ausencia de gracia que llega debajo de cero.
Dormimos abrazados como lo hemos hecho ya más de cuatro mil veces. No han pasado ni seis horas cuando vuelvo a hacerme consciente de mi entorno sin abrir los ojos aún. Siento la espalda de Fernando pegada a mi pecho y mi cara cerca de su cuello, su pelo haciéndome cosquillas en la nariz.
Después de un rato así, entreveo que ya se filtra algo de luz grisácea y que faltan diecinueve minutos para que suene la alarma, son las 7:41. Pero ya no vuelvo a dormir, debemos levantarnos temprano para el almuerzo de nuestra tornaboda. Hay que ir a Omitlán a comprar la carne, después la ensalada y las bebidas, llegar a la casa a recibir las sillas, servir la botana, poner la música, la mesa ya quedó puesta desde antier.
Casi es una mañana de domingo como cualquier otra, pero -por poco o nada que vaya a cambiar nuestra cotidianidad- a partir de hoy hay algo que se siente… no necesariamente más bonito ni mejor, sólo diferente, una especie de fuerza que antes era otra. Hoy amanecí como nunca en la vida lo había hecho: con un hombre casado. Yo soy el esposo.
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